lunes, 23 de febrero de 2015

La melena rapada del último rey merovingio





Évariste Vital-Luminais

El último de los merovingios 

Óleo sobre tela 210 x 172 cm
Musée des Beaux-Arts de Carcassonne




Évariste Vital Luminais (1822-1896) fue un pintor academicista francés que cultivó la pintura historicista en lo que se ha venido a denominar art pompier. En este cuadro nos relata el fin del último de los reyes merovingios, Childerico III. Una curiosa historia de la fuerza mítica que se ha atribuído al cabello en algunas culturas.

Los reyes francos creían que su poder residía en los cabellos y los dejaban crecer desde la infancia. Los cabellos que nunca se cortaban eran la sede del poder, de la realeza. Los reges criniti (reyes melenudos) eran como nuevos Sansones. El carácter mágico atribuído a los cabellos hacía que no pudiesen reinar si se les cortaban. Cortarse los cabellos equivalía a renunciar a los derechos del trono. Cuando se derrotaba un monarca, se procedía a cortarle los cabellos: en lugar de matarlo se le enclaustraba y se le afeitaba la cabeza. Una vez rapados perdían su potencia y la capacidad para reinar. 

El cronista Gregorio de Tours nos ha dejado el testimonio de cómo se acabó con la dinastía merovingia: rapando a Childerico III y recluyéndolo en un convento, como puede verse en este cuadro. 

Por cierto que aunque en Hispania no se concedía la misma importancia al cabello real que en el Regnum francorum o país de los francos, también se dió un episodio similar. El rey visigodo Wamba (que reinó entre 672-680) fue víctima de una conjura en la que participó el arzobispo metropolitano de Toledo Juliano II: el rey fue engañado y narcotizado y en este estado lo tonsuraron, lo vistieron de monje y le obligaron a renunciar a la corona. Wamba ingresó en el monasterio de San Vicente de Pampliega (Burgos) donde murió el 688. 

Estos episodios históricos nos demuestran el gran simbolismo sacro que tuvo el cabello en aquellos tiempos. 



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