jueves, 21 de abril de 2016

El Dr. Ricord (II): Su consultorio








Pierre Bullet

Palais de Brancas 
(1716-1719)

Arquitectura urbana.
6, Rue de Tournon. Paris. 




Ya hemos visto la importancia de la obra médica de Ricord y sus fundamentales aportaciones al estudio de la sífilis. En un tiempo en el que este mal era una enfermedad muy extendida (a finales del s. XIX se calculaba que había más de 125.000 sifilíticos solamente en París), pronto Ricord fue el médico de moda de la ciudad. Instaló una consulta privada en un lujoso palacete de principios del s. XVIII, el Hôtel de Brancas (también conocido como Hôtel de Terrat), en el distrito  6º (6, rue de Tournon), donde atendía a una distinguida clientela. 

Esta suntuosa consulta, situada frente a los Jardines de Luxemburgo estaba ricamente amueblada y disponía de cuatro salas de espera, para adecuarse a la discreción que se requería para atender enfermedades de transmisión sexual. En la primera sala se agolpaban los pacientes ordinarios, que eran llamados por un número que se repartía a la entrada. La segunda sala estaba reservada a las mujeres. Para mayor discreción tenía un acceso independiente, por una escalera aparte. En la tercera sala esperaban los pacientes provistos de una carta de recomendación. Finalmente, la última sala era para los amigos personales de Ricord y para los médicos. Todas ellas estaban lujosamente decoradas, con abundancia de obras de arte. 

Philippe Ricord, al final de su vida,
en una fotografía de Étienne Carjat (1)
Por su consulta podía decirse que había pasado todo París, sin excepción. Solía concertar citas de consulta hasta altas horas de la noche, hasta mucho más tarde que la hora de salir de la Ópera. Muchos de sus clientes acudían a su gabinete en este horario nocturno, a la salida de los espectáculos, ya que así garantizaban mejor su privacidad.

También el emperador Napoleón III y la emperatriz Eugenia de Montijo se contaban entre sus pacientes. Al parecer, Ricord, que había introducido la exploración del cuello uterino con el espéculo, disponía en su lujosa consulta de un espéculo especial en oro y marfil exclusivamente para las exploraciones que realizaba a la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III


Espéculo de Ricord



Bibliografía: 


  • Sierra X. Anécdotas de Ricord. En: Sierra X. Dermis y Cronos. La Dermatología en la Historia. Ed. Planeta De Agostini. Barcelona, 1995 (págs: 67-73)

  • Crissey JT, Parish LC. The Dermatology and Syphiliology of the Nineteenth Century. Praeguer Pub. New York, 1981. 

  • Sierra X. Historia de la Dermatología. Mra. Barcelona, 1994. 

  • Tillès G. Les hommes qui ont fait la Dermatologie. Philippe Ricord (1800-1889) Bull Est Dermatol Cosm 1993, 1, 139-145.









El Dr. Ricord (I): Su obra







 Thomas Couture

Philip Ricord 
(1876 circa)

Óleo sobre lienzo. 61,6 x 50,8 cm.

Colección privada. 



Thomas Couture (1815-1879) fue un pintor academicista francés, que es recordado sobre todo por la obra de grandes dimensiones Los romanos de la Decadencia, que puede admirarse en el Musée d'Orsay, de París (472 x 772 cm). Ejerció también como profesor de pintura y dibujo, y en su academia estudió durante 6 años Édouard Manet, aunque sostuvieron vivas polémicas por sus discrepancias sobre la concepción artística de cada uno de ellos. 

Couture realizó también muchos retratos de personajes de su tiempo, entre los que se cuenta el médico Philippe Ricord, que realizó importantes aportaciones en el conocimiento de la sífilis. 

Philippe Ricord (1800-1889) había nacido en Baltimore (Estados Unidos), hijo de franceses expatriados por la Revolución. A los 20 años decidió trasladarse a Francia para estudiar Medicina. Entre sus maestros contó con algunas personalidades, como la del cirujano Dupuytren

Tras su doctorado, llegó en 1831 al Hôpital des vénériens (que muy pronto cambiaría su nombre  por el de Hôpital du Midi). En este hospital se reunían todos los enfermos de enfermedades de transmisión sexual, entre la que se contaba la más temible y frecuente en aquel tiempo, la sífilis o lúes. 


Caricatura de Coll-Toc, representando a Ricord, que acoge
 a Eros, dios del amor, herido y con muletas (a causa de la sífilis). 
Fue publicada en Les hommes d'aujourd'hui 
(revista satírica francesa del último cuarto del s. XIX) (1)
Ricord era un gran clínico. Su observación minuciosa y la introducción del espéculum entre sus métodos exploratorios (1833) posibilitó la plena diferenciación de la sífilis de los condilomas acuminados, de la balanopostitis y sobre todo, de la gonorrea.

Durante años, sífilis y blenorragia se habían confundido, y muchos creían que se trataba de la misma enfermedad, especialmente tras el desafortunado experimento de John Hunter. Había continuas discusiones entre los unicistas (médicos que defendían que se trataba de  una sola enfermedad) y los dualistas (que creían que eran dos enfermedades distintas). Bell y Hernández primero y Ricord más tarde dejaron claro que son dos enfermedades diferentes y que lo único que tenían en común era su forma de contagio (a través de una relación sexual). El ojo clínico de Ricord le permitió hacer varias acertadas observaciones sobre la sífilis: 


"La observación clínica me ha permitido hacer la siguiente clasificación de los síntomas de la sífilis: 
  1. La manifestación primaria, el chancro, es debida a la acción directa del virus sifilítico.
  2. Los síntomas son consecutivos, o siguen muy pronto, o son una mera extensión de la manifestación primaria.
  3. Las manifestaciones secundarias son manifestaciones de la infección generalizada.
  4. Las manifestaciones terciarias pueden presentarse en varios estadios pero habitualmente cuando las manifestaciones primarias han desaparecido (...) En esta categoría de manifestaciones terciarias se incluyen los nódulos, los tubérculos profundos, los tubérculos del tejido celular, las periostosis, las exostosis, las caries, las necrosis y los tubérculos sifilíticos del cerebro." (2)

A los trabajos de Ricord se debe la distinción entre los dos tipos de chancro: uno, duro, seguido de adenopatías y de síntomas secundarios. El otro tipo de chancro es blando y se puede reinfectar varias veces. No obstante, Ricord no llegó a la conclusión definitiva de que se trataba de dos enfermedades diferentes.

Ph. Ricord: Traité Complet des Maladies Vénériennes. 

Clinique iconographique de l'Hopital des Vénériens (Paris,1851) 


Philippe Ricord estudió profusamente las manifestaciones secundarias de la sífilis, aunque consideraba que no eran contagiosas. También prestó atención a las lesiones terciarias, como puede verse en el párrafo que acabamos de citar. 

Poco después, en 1837, William Wallace y otros autores constataron que las lesiones de la sífilis eran contagiosas.

Tras los trabajos de Ricord sobre los dos tipos de chancro, sus discípulos Basserau y Clerc completaron su obra, admitiendo en 1852 la individualización del chancro blando como una entidad aparte, diferente de la sífilis, contagiosa y con una sintomatología bien definida. Pocos años después, en Lyon, Rollet demostró la existencia de chancros mixtos, que explicaron el porqué de tanta confusión previa. 

Con Ricord, el estudio de la sífilis entra en la época científica, sentándose las bases para el pleno desarrollo de los estudios sobre esta enfermedad que realizaría poco después uno de sus discípulos, Jean Alfred Fournier (1832-1914). 



Obras: 


  • De l'emploi du speculum (Paris, 1833)
  • De la blennorrhagie de la femme (1834)
  • Emploi de l'onguent mercuriel dans le traitement de l'eresipele (1836)
  • Monographie du chancre (1837)
  • Théorie sur la nature et le traite-ment de l'epididymite (1838)
  • Traite des maladies vénériennes (8 volúmenes, 1838)
  • De l'ophthalmie blennorrhagique (1842)
  • Clinique iconographique de l'hôpital des vénériens (1842–1851)
  • De la syphilisation (1853)
  • Lettres sur la syphilis (1851)
  • Leçons sur le chancre (1858)


Bibliografía: 

  • Crissey JT, Parish LC. The Dermatology and Syphiliology of the Nineteenth Century. Praeguer Pub. New York, 1981. 
  • Ricord P. Traité pratique des maladies vénériennes ou Recherches critiques et expérimentales sur l'inoculation appliquée à l'étude de ces maladies. Paris, 1838.
  • Sierra X. Historia de la Dermatología. Mra. Barcelona, 1994. 
  • Sierra X. Historia de las Enfermedades de transmisión sexual. En: Vilata JJ (ed): Enfermedades de transmisión sexual. J.R. Prous editores. Barcelona, 1993.
  • Tillès G. Les hommes qui ont fait la Dermatologie. Philippe Ricord (1800-1889) Bull Est Dermatol Cosm 1993, 1, 139-145.














miércoles, 20 de abril de 2016

La piel momificada en el Egipto predinástico







Momia de hombre adulto con su ajuar funerario (sandalias, trozos de bolsa, cesta, flechas...)
(Época predinástica, Nagada II, 3500 a.C.)


Restos orgánicos, cuero, fibras vegetales, madera.

Adquido por Schiaparelli (1900-1901)
Museo Egizio. Turín. 




En la época predinástica de Egipto (4000-3050 a.C.) los difuntos eran meramente depositados en hoyos ovales o circulares, recostados sobre uno de los lados, y replegados en posición fetal. En algunos casos eran someramente envueltos en pieles de animales o en esterillas de juncos. El contacto del cuerpo con el terreno arenoso rico en natrón (formado por óxido de sodio, carbonatos y bicarbonatos) favorecía su desecación y conservación natural. 

La sepultura que aportamos hoy aquí y que se conserva en el Museo Egizio de Turín, no fue fruto de una excavación arqueológica, sino que fue adquirida por el egiptólogo Ernesto Schiaparelli a principios del s. XX.

Se trata del cuerpo de un hombre adulto, de unos cuarenta años de edad y de su ajuar funerario, compuesto por flechas, cestos que contienen fragmentos de tejido y un par de sandalias.

Recientes análisis científicos realizados sobre el cuerpo y sobre los tejidos conservados en las cestas, parecen confirmar la pertenencia a una única sepultura, y también han revelado la presencia de un aceite vegetal sobre las vendas, que tal vez fueron aplicados en el curso del ritual fúnebre. 



Sepultura de un niño con su presunto ajuar. Adquirido por Schiaparelli. Museo Egipcio de Turín. 


Otro ejemplo de momificación natural lo encontramos en otros restos mortales conservados en el Museo Egizio de Turín. También en este caso se trata de una adquisición  de Ernesto Schiaparelli que lo consideró parte de un ajuar unitario de finales del IV milenio a.C. En este caso se trata de los restos de un niño, momificados como en el caso anterior de forma natural. El cuerpo está parcialmente vendado y cubierto por un sudario, y está acompañado de un somero ajuar formado por un par de sandalias, un vaso con una cubierta vegetal,  un pequeño arco con fragmentos de flechas, un cesto conteniendo pan, restos de cuerda y un modelo de barca. 

Ambos casos son ejemplos de una momificación natural al ser enterrados en arenas muy ricas en sales (natrón, formado por carbonatos y bicarbonatos) y en un ambiente desértico, de muy escasa humedad, por lo que se produjo una desecación y salinización de los tejidos. Hay que destacar que los cuerpos de la época predinástica presentan a veces mejores condiciones de conservación que los del Reino Nuevo. En ésta última época el ritual de momificación era mucho más sofisticado e incluía frecuentemente una aplicación de aceites, perfumes y ungüentos excesiva, que no contribuían tanto a la perfecta preservación de los tejidos del cuerpo del difunto. 





martes, 19 de abril de 2016

San Jerónimo y las gafas, todavía.






 Colantonio

San Jerónimo en su estudio 
(1445-1450 circa)

Temple 
sobre madera

Museo di Capodimonte. Nápoles. 




Uno de los habituales lectores de nuestro blog (@ArtandMedicine) me envía por Twitter algunas aportaciones para ilustrar más el tema de las gafas de San Jerónimo. Desde aquí agradezco esta colaboración a la vez que quiero animar a los demás lectores que participen, enriqueciendo los temas de los que vamos hablando o proponiendo nuevos temas.  

Niccolò Antonio, más conocido como Colantonio era un pintor napolitano de mediados del s. XV que fue el maestro de Antonello de Messina. Siguiendo las directrices del rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo, tomó muchas tècnicas flamencas para renovar la pintura italiana de su tiempo.  Una de sus principales obras es San Jerónimo en su estudio sacando una espina de la pata del león, que probablemente formaba parte de un políptico encargado por Alfonso V. Los componentes de este políptico muestran el virtuosismo derivado, no solo de la tradición flamenca-provenzal, sino también de un repertorio estilístico y formal derivado, a partes iguales, de influencias septentrionales y meridionales. En la mano de San Jerónimo podemos ver también las gafas que ya son un atributo del santo.  


Marinus van Reymerswaele. San Jerónimo. Universidad de Sevilla.




También hallamos las antiparras sobre la mesa de San Jerónimo en cuadros de la escuela flamenca del s. XVI , como en el de Marinus van Reymerswaele (1550), en el que el santo traductor se vuelca literalmente sobre una Biblia. Este cuadro está conservado en la Universidad de Sevilla.

Otro ejemplo lo hallamos en la interpretación de otro pintor flamenco, Joos van Cleve (1485-1540), San Jerónimo meditando,  y que forma parte de la colección del Museo del Prado de Madrid. También en este caso encontramos al santo vestido de cardenal en su escritorio, rodeado de libros y útiles de escritura y señalando a una calavera, mientras mira fijamente al espectador, para recordar lo efímero de la vida humana. Una idea reforzada por otros detalles, como un reloj de arena - símbolo del tiempo - y una frase latina grabada en un cuadro que explicita esta idea. Entre todos estos objetos, también encontramos sobre la mesa, las consabidos anteojos. 


El San Jerónimo del Museo del Prado (Óleo sobre tabla) ha sido atribuído a diversos autores

Finalmente otro cuadro similar del Museo del Prado, en el que también aparecen las lentes y su estuche sobre la mesa es de autoría discutida. Ha sido atribuído sucesivamente a Hans Holbein (1843), Marinus van Reymerswaele (1873) y más tarde a ser considerado obra de un discípulo suyo (1933). Actualmente, desde 1963 se acepta la opinión de Gert von der Osten que cree que es una obra de Jan Massys.

lunes, 18 de abril de 2016

Las gafas de San Jerónimo






 Jaume Ferrer

Retablo de San Jerónimo, San Martín y San Sebastián 
(1450 circa)

Temple, relieves de estuco y dorados

 con pan de oro sobre madera

Museu Nacional d'Art de Catalunya. Barcelona. 




El retablo de San Jerónimo, San Martín y San Sebastián es obra de Jaume Ferrer, un pintor gótico del que podemos documentar su actividad en Lleida entre 1430 y 1461. 

San Jerónimo, (su nombre significa "el que tiene un nombre sagrado") nació en Dalmacia en el año 342. Estudió latín en Roma con Donato, un pagano que era el más famoso profesor de su tiempo. Jerónimo llegó a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, aunque era poco ducho en libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes clásicos, tanto latinos (Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito), como griegos (Homero, Platón). 

Para hacer penitencia por sus pecados de sensualidad y orgullo, Jerónimo se retiró al desierto, donde ayunaba y rezaba mientras se mortificaba golpeándose el pecho con una piedra. 


San Jerónimo. Obsérvese que también en esta pintura
aparecen unas gafas colgadas en su escritorio, bajo su mano derecha.
Fresco de Botticelli. Iglesia de Ognisanti. Florencia. 



Cuando volvió a la ciudad, el Papa San Dámaso impresionado por su gran cultura, lo nombró cardenal  y lo hizo su secretario, encargándole la redacción de las cartas del Pontífice. Más tarde le encargó la versión latina de la Biblia. Jerónimo, que escribía con gran elegancia, tradujo al latín toda la Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (El nombre deriva de Editio Vulgata, edición para el pueblo, ya que había sido hecha para que el vulgo la entendiera) fue la Biblia oficial de la Iglesia Católica durante 1500 años. Pero sus importantes cargos en Roma y la dureza con la que afeaba ciertos defectos de las clases altas le granjearon muchas enemistades, por lo que se fue a vivir a Belén, instalándose en la gruta donde según la tradición nació Jesús, hasta su muerte. 


Detalle del retablo de Jaume Ferrer: la mano con guantes rojos de cardenal y múltiples anillos sostiene una pluma. A la izquierda, un cuchillo para sacarle punta. En el centro, las lentes, atributo característico del santo.


En este retablo, el santo figura con todos los atributos que permiten su identificación. Así, va vestido con el hábito rojo de cardenal, ya que ostentaba esta dignidad (aunque la púrpura cardenalicia se comenzó a usar como distintivo de los príncipes de la Iglesia mucho más tarde). También lleva guantes rojos con anillos y se cubre con el capelo característico del cardenalato, con largas borlas que penden hasta el suelo. Con su mano izquierda sostiene una maqueta de iglesia, ya que es considerado uno de los Padres de la Iglesia y por tanto, figuradamente, contribuyó a "edificar" la institución. A sus pies tiene el león que según la leyenda le acompañó durante su vida eremítica en el desierto. Como que Jerónimo era un gran intelectual, y traductor de la Biblia, se le representa en un scriptorium, rodeado de libros y pergaminos, y sostiene en su mano un cálamo para escribir. En el escritorio podemos ver también un cuchillo (para afilar la pluma), un tintero, una bolsa de serrín para secar la tinta fresca y unas antiparras, especie de gafas primitivas sin patilla, que se sostenían en el puente de la nariz. 



En la fachada de la iglesia de Santa María la Mayor, de Pontevedra,
tambien aparece un San Jerónimo con gafas. 



No se sabe muy bien quien fue el inventor de las gafas, aunque parece ser que fue un maestro vidriero de Pisa a finales del s. XIII (Se ha señalado sobre todo a Alessandro Spina o a Salvino Armato). Su uso se difundió en el s. XIV y XV, y al ser redondas y no muy grandes se les dió el nombre de lentejas de cristal (lenticchie, en italiano) de donde derivó la denominación de lentes. 



Georges de la Tour: San Jerónimo leyendo una carta. Museo del Prado, Madrid. 


Para señalar las cualidades intelectuales de San Jerónimo (y también la avanzada edad a la que murió) se le suele representar frecuentemente provisto de estas antiparras, como podemos ver en los diversos ejemplos que aportamos aquí. 



Ribalta: San Jerónimo. Obsérvese que lleva las gafas colgadas al cuello.
MNAC,  Barcelona.


domingo, 17 de abril de 2016

Papiros contra las mordeduras de serpiente







Papiro del mito de Isis y Ra
(s. I d.C.)

Cyperus papyrus. Reino Nuevo. XIX-XX dinastía 


Museo Egipcio. Turín. 




Los papiros egipcios nos han proporcionado mucha información sobre todo tipo de detalles de la vida de los pobladores de aquellas tierras, sus prácticas y creencias. 

Ya hemos visto como diversos papiros se ocupaban también de cuestiones médicas. Algunos de ellos usaban fórmulas y tratamientos no del todo desencaminados. La observación repetida de enfermos y sus respuestas a las sustancias reputadas como terapéuticas originaba seguramente las pautas de tratamiento, que probablemente conseguían mejorías o hasta la curación total de procesos patológicos. 

Pero no debemos olvidar que difícilmente podemos comprender la cultura egipcia sin tener en cuenta que estamos ante un pueblo de pensamiento mágico. El pensamiento lógico apareció mucho más tarde, en la Grecia del s. V a.C. 

El pensamiento mágico o mítico en Egipto lo invade todo. Las estatuas, las pinturas y hasta los dibujos de los jeroglíficos adquieren vida propia, en un sistema de pensamiento donde los múltiples dioses o los espíritus de los muertos son necesarios para que el mundo siga manteniendo su equilibrio.  Pronunciar o leer el nombre de algún difunto podía servir para evocarlo (de ahí la damnatio memoria, el empeño en borrar los nombres de ciertos adversarios, aunque estuvieran muertos).


La terrible serpiente Apofis, personificación del mal
El pergamino que aportamos hoy relata el mito de Isis y Osiris. Sin embargo, hacia el final del documento se revela que si este pergamino se mantiene sumergido en vino o cerveza durante unos días, el líquido resultante podía ser útil para prevenir o curar las mordeduras de las serpientes, y también para curar los ojos o extraer espinas de pescado. Un curioso secreto, que sorprende a nuestra mentalidad lógica, tan distante de toda magia. 

Los egipcios temían a las serpientes y a sus funestas mordeduras. Las serpientes aparecen a veces como protectoras, como Uadyet, la cobra simbólica del Bajo Egipto que formaba parte del uraeus de los faraones. Pero también eran vistas como la personificación del mal, como la terrible serpiente Apofis, que habitaba en el Duat (el infierno egipcio) e intentaba alterar el recorrido de , el Sol, durante su cotidiano viaje subterráneo, para alterar así la Mâât, el equilibrio vital del universo