lunes, 7 de noviembre de 2016

Los pintados ojos de los egipcios






Ungüentarios y recipientes para
Kohol

Pasta vítea y fayenza 

Museo Egizio. Turín.  




Los antiguos egipcios se maquillaban los ojos habitualmente. Lo hacían tanto hombres como mujeres, ya que este hábito no tenía para ellos ninguna connotación sexual. 

En Egipto se concedía a los ojos una gran importancia. Los ojos, para los egipcios, eran algo muy importante. El animal sagrado de la Diosa Hathor, era la vaca y, precisamente, este animal se representaba con los ojos rasgados y de especial belleza. 


Amuletos con el udjat, el ojo de Horus, que se consideraba un eficaz protector.
Colección Egipcia. Museo Cívico Storico de Bolonia 


El poder de la mirada estaba mitificado en el udjat, el ojo de Horus, uno de los amuletos más frecuentes. Según la leyenda, Horus, hijo de Osiris e Isis, quiso vengar a su padre, que había sido asesinado por su malvado hermano Seth. Horus se dirigió al desierto, donde habitaba Seth y luchó con él. En la refriega, Seth arrancó un ojo a Horus arrojándolo al suelo. Afortunadamente gracias a su dominio de las artes mágicas, el sabio dios Thot pudo volver a implantar el ojo a Horus. Desde entonces el udjat es un amuleto muy venerado. 

También en los sarcófagos y tumbas encontramos ojos dibujados que vigilaban y protegían las estancias. El ojo era pues un elemento apotropaico, protector, de extrema importancia. 


Ojos protectores apotropaicos en un sarcófago de época tebana. Museo de Montserrat.  

Los ojos se maquillaban habitualmente. La filosofía egipcia se fundamentaba en la dualidad. En las primeras dinastías se usaba un polvo verde, el uadyu, que encontramos citado en numerosas ocasiones. En el Imperio Antiguo, los ojos se perfilaban con una línea ancha de color verde, dibujada sobre el párpado inferior. 


Recipientes de cosméticos para los ojos con su aplicador.
Período predinástico. Museo Egipcio. Barcelona. 
Más tarde, a partir de la IV dinastía fue sustituído por el kohol o mesdemet, de color negro, confeccionado básicamente con galena triturada, que daba profundidad a la mirada y cuyo trazo se alargaba hasta la sien y a la nariz. 

Esta forma de utilizar el mesdemet evoluciona, hasta que en la XVIII dinastía aparece un fino trazo negro alrededor del ojo, prolongado por una franja paralela a la línea de las cejas. Es decir, la prolongación, ahora, era únicamente hacía la sien. Al llegar la revolución amárnica, el monoteísmo de Akhenatón (Amenotep IV) hubo una profunda transformación social que afectó al terreno religioso, político-militar, artístico, etc… Estos cambios también afectaron a la forma de maquillarse, modificándose el trazo de la línea ocular. En esta época desaparece cualquier prolongación de la misma, pasando a ser una ancha línea negra que bordea el ojo. Tras Amenhotep IV, la línea negra terminará el ojo con una nueva forma, la llamada “cola de golondrina”.

Contenedores de kohol de madera con incrustaciones de marfil y de alabastro
Reino Nuevo (1550-1070 a.C.) Museo Egipcio. Barcelona.
Aparte del color verde y negro, también existían otros colores que se creaban con una base de galena negra y polvo blanco de la cesurita natural, generando la gama de los grises. Del lapislázuli machacado surgía el azul. El llamado azul egipcio o el amarillo, no se han encontrado más que en las estatuas o pinturas, pero no en recipientes de cosmética. Existe otro color, el rosa, que sólo se ha encontrado en la Tumba de Nefertari.

Pero el maquillaje no sólo servía para embellecer los ojos, sino que además tenía propiedades fungicidas, antiséptico, anti-deslumbrantes, repelente de insectos y hacía que el polvo del desierto no penetrara en su interior, siendo capturado por el propio maquillaje. Así el uso del maquillaje no era solo ritual, sino también preventivo y servía para prevenir algunas oftalmías. Las oftalmías debían ser muy frecuentes en aquel ambiente desértico, que propiciaba la sequedad conjuntival. La acción de los intensos rayos solares y los efectos abrasivos de las tormentas de arena del desierto también contribuían a una patología ocular frecuente. El tracoma estaba también muy extendido, y causaba muchas cegueras. De hecho los casos de ceguera están abundantemente representados en pinturas y relieves. Y tenemos constancia de médicos e instrumental específico para las enfermedades de los ojos.


Caja de madera y marfil para contener utensilios cosméticos. Baja Época (715-332 a.C.).
Museo Egipcio. Barcelona.









El kohol se guardaba en estuches de cosméticos, acompañados frecuentemente de aplicadores y que eran bastante habituales. Reproducimos aquí algunos de los que hemos tenido oportunidad de observar en diversos museos. 





domingo, 6 de noviembre de 2016

La inmunidad heredada de los neandertales




Reconstrucción del aspecto de un hombre de Neandertal

Natural History Museum. Londres  


En una publicación anterior avanzábamos que los cruces entre neandertales y Homo sapiens hace 40.000 años parecían haber dejado una herencia genética en los hombres actuales. Ahora, un nuevo estudio, publicado en la revista Cell demuestra que hay diferencias significativas en los sistemas inmunológicos de los europeos (descendientes de los cruces con los neandertales) y los africanos, que serían descendientes "puros" del Homo sapiens. Estas diferencias inmunológicas pueden ponerse de relieve al observar diferentes respuestas a las infecciones, o la mayor incidencia del lupus entre los africanos. 

Los autores de este artículo, investigadores del Instituto Pasteur y del CNRS, descodificaron el conjunto de genes responsables de la respuesta inmunitaria en 200 individuos europeos y africanos. Secuenciaron la totalidad del ARN de estos individuos para estudiar la manera en la que los monocitos, células que actúan en la respuesta inmunitaria innata, respondían a los ataques de bacterias o virus (como el virus de la gripe). La primera constatación fue que los europeos y africanos diferían en la amplitud de su respuesta inmunitaria, a causa de algunos genes implicados en la respuesta inflamatoria y antivírica. Estas diferencias se deben en gran parte  a mutaciones genéticas que modulan que los genes de la inmunidad. De ahí que enfermedades como lupus incidan mucho más en Africa que en Europa (según la versión del correspondiente documento de la OMS).  

El estudio demuestra además, que alguna de estas mutaciones genéticas fue favorecida por la selección natural, que contribuyó a que algunas poblaciones se adaptaran mejor al medio. Las poblaciones humanas de Europa y Africa llegaron, por una convergencia en la evolución, a disminuir la respuesta inflamatoria ante la infección.   

Reproducción idealizada de una familia de neandartales 
(Museo de Neandertal) 
Los investigadores han estudiado como la hibridación entre el hombre de Neandertal y los europeos ha influído sobre la aptitud de los europeos modernos a responder a las infecciones. Sabemos que en el genoma de los euroasiáticos actuales hay entre un 1,5 a un 2 % de ADN neandartaliano. Esta aportación de genes neandartalianos han transmitido a los europeos mutaciones de importancia para el control de la respuesta inmunitaria, y especialmente las que modulan la expresión génica de la respuesta inmunitaria frente a infecciones víricas.  Tras su permanencia en África durante mucho tiempo los Homo sapiens estaban bien adaptados a los patógenos africanos. Pero cuando se produjo la gran migración hacia Europa (hace unos 40.000 años) entró en contacto con nuevos patógenos desconocidos por su sistema inmunitario. La línea neandartaliana había salido de África centenares de miles de años antes y había logrado adaptarse a los patógenos europeos. El mestizaje de Homo sapiens con los neandertales permitió incorporar a la dotación genética alelos que permitían a los nuevos europeos defenderse de las infecciones (sobre todo víricas) no africanas. 

Este estudio tiene pues un gran interés. Aunque la importancia para el sistema inmunitario innato del mestizaje con los neandertales ya se iba desvelando en los últimos meses, era difícil para los investigadores comprobar un efecto real en las poblaciones actuales. En 2016 dos estudios han permitido avanzar en esta línea de investigación: 
  • El primero  demostró que el hombre moderno heredó las  alergias hace unos 40.000 años, tras cruzarse con neandertales y denisovianos (otra especie de Homo primitivo) como consecuencia de una inmunidad "demasiado activa". 

En resumen, lo que debemos extraer de estos trabajos es que el hombre moderno ha sido "purgado" de los genes neandertalianos por un proceso de selección natural, pero que algunos genes han sobrevivido en las poblaciones euroasiáticas en una proporción no desdeñable. Sin embargo los estudios se suceden, variando su metodología y no encuentran los mismos genes neandartalianos ni la misma proporción en una población dada. Sin embargo parece constante el hallazgo del gen POU2F3 (que regula la proliferación y diferenciación de las células de la piel, los queratinocitos) y los TLR1-6 (complejo de genes muy importantes asociados a la respuesta inmunitaria innata).








jueves, 3 de noviembre de 2016

Del mito de Dafne al hombre-árbol






Gian Lorenzo Bernini

Apolo y Dafne 
(1622-1625)

Escultura en mármol
Galleria Borghese. Roma.   



A mi hija Marta,   
amante de la música 
y de los mitos clásicos


Apolo, que era un dios engreído y burlón, muy orgulloso de los triunfos obtenidos con sus flechas, se permitió reírse del pequeño dios Eros (Cupido), porque empuñaba el arco y las flechas siendo un niño, y además, las tiraba a ciegas, sin apuntar siquiera. Pero Eros respondió a sus chanzas diciéndole que no debía reírse de él y que sus flechas eran más poderosas que las del mismo Apolo, ya que podían hacer surgir el amor, que es la más poderosa de las pasiones humanas. 

Veronese: Apolo y Dafne (1560-1565)
Eros tenía en su carcaj dos tipos de flechas: unas con la punta de oro que hacían que quien las recibía pudiese sentir amor. Otras tenían la punta de plomo y producían el efecto contrario, causando el rechazo del amor.  

Eros se sintió ofendido por la sorna y las mofas de Apolo, y lleno de furia le disparó una flecha de oro, haciendo que se enamorase perdidamente de la ninfa Dafne, hija del dios-río Peneo. En cambio, a ella le disparó una de plomo, haciendo que sintiese una viva aversión por Apolo. 

Como consecuencia de los fatídicos flechazos, Apolo perseguía sin cesar a Dafne, mientras que ella huía de él como si de un monstruo se tratara. Apolo imploraba continuamente a la bella ninfa, pero ella hacía caso omiso de los ruegos de su ansioso pretendiente, escondiéndose en la espesura del bosque. 

Jakob Auer. Apolo y Dafne (1685)
Kunsthistorische Museum. Viena. 
Pero un día Apolo encontró a la ninfa distraída en un claro del bosque. Corrió tras ella y aunque ella huyó de él como acostumbraba, al final estuvo a punto de darle alcance. Al verse sin escapatoria, Dafne invocó a su padre Peneo para que la convirtiera en cualquier cosa que le permitiera conservar su libertad. De repente, la piel de la ninfa se engrosó, convirtiéndose en la corteza de un árbol, su cabellera en hojas y sus brazos en ramas. Sus pies se unieron y enraizaron en la tierra, Dafne se había convertido en un árbol, en un laurel. Apolo, que ya sonreía victorioso por haberla alcanzado, se encontró abrazado a las ramas de un árbol. Así pudo evitarse la violación de la ninfa.  

Apolo, abrazado al laurel, percibió como su musa, transformada, seguía viva en aquel árbol. Sentía como se contraían las ramas, como latía el espíritu de Dafne en las verdes hojas, que exhalaban un agradable perfume. Al ver que Dafne no sería ya nunca suya, se tuvo que conformar con su recuerdo. Concedió al laurel el don de lucir siempre verde y bonito, como símbolo de la eterna juventud y de la inmortalidad. El laurel fue el árbol simbólico de Apolo. Crecía alrededor de todos sus templos y las coronas de laurel serían el premio que Apolo otorgaría a todos los héroes. 


Paul Delvaux (1938). L'appel de la nuit. Óleo sobre lienzo 145 x 110 cm. Scottish National Gallery of Modern Art.

El mito de Dafne me trae ciertas evocaciones. Algunas de ellas de tipo simbólico, como la de los cabellos vegetantes, convertidos en ramas o en hojas, un aspecto muy repetido en la iconografía o en la literatura. El paralelismo de la cabellera con la frondosidad del bosque, de flores o de hojas es típica y la podemos encontrar en diversas obras de arte. Baste recordar cuadros como L'appel de la nuit de Paul Delvaux (1938)  o en muchas de las obras de Mucha. 


         


Dos obras de Mucha con cabellos "vegetales". A la izquierda, Fruits . A la derecha, Flowers. Ambas de 1897. 


Como dermatólogo, la transformación de Dafne en arbusto recuerda también algunos cuadros patológicos. Las escamas de la corteza pueden evocar algunos casos de hiperqueratosis o de ictiosis, en los que hay un gran aumento de la queratinización. Y sobre todo a una rara enfermedad, a la que muchas veces se llama el síndrome del hombre-árbol. Se trata de un síndrome afortunadamente muy poco frecuente, llamado epidermodisplasia verruciforme (descrita por Lewandowski y Lutz en 1922), en la que pueden aparecer un gran número de verrugas en manos y pies que confluyen en unas placas, que dan a la piel de la zona un aspecto característico de corteza lignificada, como la de los troncos de los árboles. 



Dede Koswana, de Indonesia, que acabó falleciendo a
consecuencia de la extraña enfermedad el 30 de enero 2016.  
La causa de la enfermedad es una mutación que inactiva los genes TMC6 (EVER1) o TMC8 (EVER2) que están situados uno junto a otro en el cromosoma 17. La función de estos genes no está todavía bien precisada, pero parecen desempeñar un papel en la distribución y regulación de zinc en el núcleo de la célula. Se ha demostrado que el zinc es un cofactor necesario para muchas proteínas virales, y que la actividad del complejo EVER1/EVER2 parece restringir el acceso de las proteínas virales, lo que limita su crecimiento.

El engrosamiento cutáneo es tal que compromete los movimientos de los dedos, y requiere una difícil intervención quirúrgica para conservar en parte su movilidad. Este fue el caso de Abdul Bajandar, que ya tenía una masa informe y queratinizada que hacía que sus manos fueran irreconocibles. Abdul, tras numerosas intervenciones quirúrgicas ha recuperado una cierta funcionalidad de sus dedos. En cambio, Dede Koswara de Indonesia, falleció hace unos meses, el 30 de enero de 2016 en el Hasan Sadikin hospital in Badung (Indonesia) a los 45 años de edad, víctima de esta extraña patología. 

Naturalmente, esto nada tiene que ver con el hermoso mito de Dafne, aunque el inquietante aspecto de corteza de árbol de esta rara enfermedad y el apelativo de hombre-árbol que muchas veces se da a los infortunados enfermos, nos ha sugerido este comentario.

El "hombre árbol" Abdul Bajandar, que tras pasar muchas veces por el quirófano
pudo recuperar  parcialmente la movilidad y funcionalismo de los dedos. 


Bernini - Apolo y Dafne:




miércoles, 2 de noviembre de 2016

Un matemático preocupado







Diego Rivera

El matemático 
(1919)

Óleo sobre lienzo 115,5 x 80,5 cm
Museo Dolores Olmedo. Xochimilco (México)  



Diego Rivera (1886-1957) fue un importante pintor mexicano nacido en Guanajuato. Tras realizar sus primeros estudios en Ciudad de México, se instaló en diversas ocasiones en París, donde mantuvo una gran relación con el grupo de Montparnasse, época en la que practicó algunas pinturas cubistas. A la vuelta a México, influído por su ideología comunista, realizó grandes murales estableciendo el Renacimiento Muralista Mexicano, en los que entronca con aspectos de arte nativo, en los que reivindica orgulloso sus orígenes. Excelente dibujante y colorista, destaca también la estructurada composición de sus obras. Mantuvo una tormentosa relación con la artista Frida Kahlo en dos períodos de su vida. 

El período cubista de Rivera llegó a su fin en 1918. Su nombre permanece vinculado al grupo de jóvenes artistas que dieron lugar a la llamada "Escuela de París". En "El matemático", un retrato de su amigo Renato Parescat, Rivera abandona la descomposición de las formas y vuelve a una representación más luminosa y naturalista. Su obra está muy estructurada, con deformaciones rigurosamente calculadas. 

El matemático aparece con aspecto taciturno, abstraído en sus preocupaciones, tal vez pensando en algún problema de difícil solución. Su mano izquierda desaparece en su manga derecha y no es arriesgado pensar que se está rascando. De hecho, la mano derecha aparece enrojecida y algo inflamada. Puede ser una forma de eccema, pero más probable parece que se trate de una liquenificación por rascado repetido. Muchas personas, estresadas o abrumadas por sus problemas, recurren a rascarse una determinada zona del cuerpo (al alcance de la mano) para liberar la tensión. Es, por decirlo así, una forma de tic, de acto reflejo, no plenamente consciente. Pero el resultado es la alteración de la zona rascada, que aparece enrojecida y engrosada. La superficie cutánea presenta líneas más marcadas y se acompaña de un prurito cada vez mayor. Llegado a este punto el prurito retroalimenta el rascado compulsivo, en un círculo vicioso.  En estos casos, además de tratamiento paliativo hay que conseguir que cese el rascado repetido, cosa no siempre fácil de conseguir, y que forzosamente debe pasar por aminorar la tensión nerviosa que lo causa.